sábado, 20 de diciembre de 2014

La voz de Adriana Presenciar los conciertos de Adriana Martínez es una experiencia en sí misma.








La voz de Adriana
Presenciar los conciertos de Adriana Martínez es una experiencia en sí misma.
Desprovista de publicidad en los medios, contactos que muevan los hilos para poner su nombre en la portada de los diarios o en las tandas de las radios de moda,
La manera de hacerse conocer es directamente a través de su voz, acompañada de retazos de historias que sirven de prólogo a cada una de las canciones que ocupan su vasto repertorio.
El trabajo artesanal a la hora de convocar al público;la ayuda de su equipo de asistentes, el acompañamiento en la guitarra de Armando de la Vega que funciona de agua calma, un bálsamo que refresca la tierna y, a la vez,
Implacable voz de Adriana Martínez, constituyen no solo su presentación sino también la manera que elige de estar en el escenario, en la música y, sobretodo, en el mundo.

Es probable que poco les importe a las empresas discográficas cuánta gente va a los habituales conciertos a compartir un rato que parece estar afuera del tiempo cronológico, un tiempo de intensidad podríamos decir, ubicado en el salón de esa casa llena de historia que durante muchos años estuvo dedicada a la asistencia de niños y adolescentes en situación de alto riesgo social y psíquico.
Pero, ¿qué importancia tiene si las poderosas discográficas no la descubren?
La cálida voz de Adriana Martínez brota como una enredadera en un salón que es todos los salones y todoslos escenarios juntos,
Un Aleph musical donde nacen todos los sonidos posibles, todas las historias de una generación que luchó por un mundo mejor, con mayor igualdad y derechos.
Y si bien ese salón no es el único lugar donde se la puede escuchar dando ese paseo por tangos de la primera década del siglo veinte, rancheras, boleros, canciones brasileñas y mexicanas,
Es de destacar la magia que merodea en el ambiente, con un clima de intimidad que es difícil de repetir en otras salas que convocan a una mayor masividad.
Sin embargo, ella sabe leer muy bien al público, más allá del lugar, y mantiene con él un diálogo fresco, desprovisto de distancias tanto emocional como física.
La primera fila está muchas veces a poco más de un metro de la silla que ocupa y en ningún momento deja de hacer comentarios sobre los sentimientos que le produce cada canción,
Porqué la eligió, cuándo la escuchaba, qué recuerdos le evocan, todos estos ingredientes suelen tener los conciertos de Adriana Martínez.
Cuando con su voz nombra el exilio de la infancia, de la tierra, de su vida, con palabras que atraviesan la piel de sus espectadores.
Ella es su propia historia y su implicación en la misma es lo que la lleva a pararse en un escenario, para ponerle música y amor a las canciones que enmarcan el dolor del exilio.
El exilio es esa patria, la de la infancia perdida, la de esas calles y esos zaguanes donde nacieron los recuerdos que dieron lugar a quien es hoy Adriana Martínez.
Pero el exilio también es la pérdida de la tierra y del sueño de un país diferente, con mayor igualdad. Si no fue el fin de ese sueño, por lo menos fue la interrupción, un paréntesis, donde Adriana tuvo que recurrir al abrazo fraternal de otros países también latinoamericanos como Brasil, primero, y México, después. El amor no tiene fronteras, pertenece a los hermanos y hermanas que nos abrazan en una misma lucha, y en momentos difíciles ella encontró un lugar donde pudo ser abrigada, alimentada y escuchada junto a su hija Mercedes, en Brasil.
La advirtieron cuando el enemigo andaba merodeando y pudo escapar. Luego, luchó por viajar a México, otra tierra hermana que la cuidó y le permitió renacer, empezar de nuevo, reciclar su dolor y refundarse. Trabajar en barrios humildes, amar y ser amada, tener otro hijo, construir un mundo nuevo lejos de su patria pero dejándose adoptar como si México lo fuera.
El exilio de la dictadura acabó también, como con los aproximadamente treinta mil desaparecidos, con sus amigos, con la vida de militancia por un mundo mejor,de mayor equidad y libertad que, en verdad, jamás abandonó.
Cantar puede ser una manera de intentar nombrar con palabras el llanto mudo de lo innombrable. Al estilo de las abuelas de Plaza de Mayo, Adriana no arrastra el resentimiento de quien busca venganza. Todo lo contrario, se aferra a la poesía del tango,

Le canta al amor, recorre un repertorio que clama porque nos abrasemos a aquello que nos hace sentir vivos. “Si cantamos todos juntos los corazones laten en la misma frecuencia”,
Suele decir en los conciertos, y uno sale con la sensación de haber estado flotando alrededor de una hora en un manto de disfrute tan lejano al que propone el mundo de hoy, Que es como abrir una puerta que solo puede mantenerse abierta si uno se permite caminar por esa habitación cerrada que es la propia infancia, la historia colectiva que nos contiene como sujetos de una misma patria, fundados con un momento social que nos anquilosó los huesos y que, por el hábito de no poder moverlos, nos acostumbramos a caminar así. Cada concierto es una invitación a caminar, a desandar ese camino trunco, tal vez, imposible en algún punto, pero liberador si lo pensamos como resorte de una nueva forma de pensarnos a nosotros mismos, asumidos en el exilio interior de cada uno y en el exilio colectivo que no solo es el de haberse tenido que ir a vivir a otro país por la fuerza aunque, claro está, esa es la peor de las formas.

El exilio es no poder decir lo que nuestros corazones nombran en silencio,sin que nos animemos a oírlos. Adriana Martínez nos invita a escucharla y a escucharnos. Hacer del exilio una posibilidad para disolver el dolor en el mejor de los casos, aunque parezca utópico, y refundar una vida implicada en lo que uno ama.

1 comentarios:

  1. esta vieja despreciable es borderline y trata mal a los alumnos en sus clases. No se dejen enganiar por las apariencias

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