La
voz de Adriana
Presenciar
los conciertos de Adriana Martínez es una experiencia en sí misma.
Desprovista de
publicidad en los medios, contactos que muevan los hilos para poner su nombre
en la portada de los diarios o en las tandas de las radios de moda,
La manera de hacerse conocer
es directamente a través de su voz, acompañada de retazos de historias que
sirven de prólogo a cada una de las canciones que ocupan su vasto repertorio.
El trabajo artesanal a la
hora de convocar al público;la ayuda de su equipo de asistentes, el
acompañamiento en la guitarra de Armando de la Vega que funciona de agua calma,
un bálsamo que refresca la tierna y, a la vez,
Implacable voz de Adriana
Martínez, constituyen no solo su presentación sino también la manera que elige
de estar en el escenario, en la música y, sobretodo, en el mundo.
Es probable que poco les
importe a las empresas discográficas cuánta gente va a los habituales
conciertos a compartir un rato que parece estar afuera del tiempo cronológico, un
tiempo de intensidad podríamos decir, ubicado en el salón de esa casa llena de
historia que durante muchos años estuvo dedicada a la asistencia de niños y
adolescentes en situación de alto riesgo social y psíquico.
Pero, ¿qué importancia tiene
si las poderosas discográficas no la descubren?
La cálida voz de Adriana
Martínez brota como una enredadera en un salón que es todos los salones y todoslos
escenarios juntos,
Un Aleph musical donde nacen
todos los sonidos posibles, todas las historias de una generación que luchó por
un mundo mejor, con mayor igualdad y derechos.
Y si bien ese salón no es el
único lugar donde se la puede escuchar dando ese paseo por tangos de la primera
década del siglo veinte, rancheras, boleros, canciones brasileñas y mexicanas,
Es de destacar la magia que
merodea en el ambiente, con un clima de intimidad que es difícil de repetir en
otras salas que convocan a una mayor masividad.
Sin embargo, ella sabe leer
muy bien al público, más allá del lugar, y mantiene con él un diálogo fresco, desprovisto
de distancias tanto emocional como física.
La primera fila está muchas
veces a poco más de un metro de la silla que ocupa y en ningún momento deja de
hacer comentarios sobre los sentimientos que le produce cada canción,
Porqué la eligió, cuándo la
escuchaba, qué recuerdos le evocan, todos estos ingredientes suelen tener los
conciertos de Adriana Martínez.
Cuando con su voz nombra el
exilio de la infancia, de la tierra, de su vida, con palabras que atraviesan la
piel de sus espectadores.
Ella es su propia historia y
su implicación en la misma es lo que la lleva a pararse en un escenario, para
ponerle música y amor a las canciones que enmarcan el dolor del exilio.
El exilio es esa patria, la
de la infancia perdida, la de esas calles y esos zaguanes donde nacieron los
recuerdos que dieron lugar a quien es hoy Adriana Martínez.
Pero el exilio también es la
pérdida de la tierra y del sueño de un país diferente, con mayor igualdad. Si
no fue el fin de ese sueño, por lo menos fue la interrupción, un paréntesis,
donde Adriana tuvo que recurrir al abrazo fraternal de otros países también
latinoamericanos como Brasil, primero, y México, después. El amor no tiene
fronteras, pertenece a los hermanos y hermanas que nos abrazan en una misma
lucha, y en momentos difíciles ella encontró un lugar donde pudo ser abrigada,
alimentada y escuchada junto a su hija Mercedes, en Brasil.
La advirtieron cuando el
enemigo andaba merodeando y pudo escapar. Luego, luchó por viajar a México,
otra tierra hermana que la cuidó y le permitió renacer, empezar de nuevo,
reciclar su dolor y refundarse. Trabajar en barrios humildes, amar y ser amada,
tener otro hijo, construir un mundo nuevo lejos de su patria pero dejándose adoptar
como si México lo fuera.
El exilio de la dictadura
acabó también, como con los aproximadamente treinta mil desaparecidos, con sus
amigos, con la vida de militancia por un mundo mejor,de mayor equidad y
libertad que, en verdad, jamás abandonó.
Cantar puede ser una manera
de intentar nombrar con palabras el llanto mudo de lo innombrable. Al estilo de
las abuelas de Plaza de Mayo, Adriana no arrastra el resentimiento de quien
busca venganza. Todo lo contrario, se aferra a la poesía del tango,
Le canta al amor, recorre un
repertorio que clama porque nos abrasemos a aquello que nos hace sentir vivos. “Si
cantamos todos juntos los corazones laten en la misma frecuencia”,
Suele decir en los
conciertos, y uno sale con la sensación de haber estado flotando alrededor de
una hora en un manto de disfrute tan lejano al que propone el mundo de hoy, Que
es como abrir una puerta que solo puede mantenerse abierta si uno se permite
caminar por esa habitación cerrada que es la propia infancia, la historia
colectiva que nos contiene como sujetos de una misma patria, fundados con un
momento social que nos anquilosó los huesos y que, por el hábito de no poder
moverlos, nos acostumbramos a caminar así. Cada concierto es una invitación a
caminar, a desandar ese camino trunco, tal vez, imposible en algún punto, pero
liberador si lo pensamos como resorte de una nueva forma de pensarnos a
nosotros mismos, asumidos en el exilio interior de cada uno y en el exilio
colectivo que no solo es el de haberse tenido que ir a vivir a otro país por la
fuerza aunque, claro está, esa es la peor de las formas.
El exilio es no poder decir
lo que nuestros corazones nombran en silencio,sin que nos animemos a oírlos. Adriana
Martínez nos invita a escucharla y a escucharnos. Hacer del exilio una
posibilidad para disolver el dolor en el mejor de los casos, aunque parezca
utópico, y refundar una vida implicada en lo que uno ama.
esta vieja despreciable es borderline y trata mal a los alumnos en sus clases. No se dejen enganiar por las apariencias
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